lunes, 8 de agosto de 2011

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Cuando te dejas llevar. Del todo y hasta el final. Prometiéndote no pensar más. Cuando no estudias pros ni contras, ni valoras el deber, más que te centras en el querer. Solo en el querer. Cuando decides rápido, sin cálculos ni hipótesis mil. Cuando das el salto al vacío, cuando experimentas algo similar a volar en paracaídas. Cuando únicamente tú eres tu propio objetivo. Solo . Cuando dejas que sean tus ganas las que conduzcan y tu cuerpo el que actúe. Entonces es cuando la adrenalina coge de la mano a la velocidad. Cuando la acción pulsa el play. Los iones positivos y negativos corren a sus puestos para que la carga de energía se note en todo tu universo. Entonces y solo entonces puedes decir que ya está. El cañón está cargado. Y entonces disparas. Y una mezcla de sensaciones indescriptibles te empapa colándose en todos tus sentidos, no dejándote percibir nada más. Y lo repites, que ya está. El tiempo se detiene unos instantes entre tú y tu espacio. No hay más que lo que ves. Nada más de lo que sientes. Te centras en tu egoísmo por un momento olvidando todo lo demás. No lo necesitas.
Y después todo debe volver a su sitio. Después todo sigue su cauce, premeditando un poquito más, pensando, calculando, estudiando. Sin olvidar que has disparado, pero escondiendo el cañón

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