viernes, 11 de febrero de 2011

Que las palabras, sean mas lentas que las balas.

Suelo creer que soy una chica madura. Con las ideas bastante claras y los pies bien puestos sobre la tierra. Sin embargo, hay días, hay momentos, en los que siento que soy la persona más inmadura del mundo. Días en los que parece que los fundamentos han migrado de mi cabeza a un lugar mejor. Y esto, a veces no es malo. No, a veces no. A veces el espíritu infantil es lo mejor que puede pasarte para recordar que en el mundo existen millones de razones por las que reír. Reír sin parar. Pero otras veces no es tan bueno. Otras veces resulta odioso reconocerte así, cuando las secuelas de la fuga de cordura, son desencadenante de tropecientas palabras en un batallón que ni tú misma sabes detener. Palabras que ni te gustan ni realmente forman parte de tí. Pero que ahí están y a modo de lanzadera, han salido sin restricción alguna en busca de libertad. Lo peor en todo esto suele ser el momento, y claro, la persona hacia la cual disparas toda esa sarta de estupideces que te dejan a la altura del barro.
No es ni la primera, ni la segunda, ni supongo que la última vez que sin pensar mucho más que en mí misma, me dedico a recrearme en el mi mal carácter para recordar al mundo que estoy enfadada por algo. Eh... un consejo:  Ni caso.
Me costará toda la vida aceptarlo, pero hay veces en las que no tengo razón. Unas cuantas, de hecho.

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