UK. May, 2014

He encontrado algo que escribí en mayo, cuando todavía estaba en UK, que me apetece mucho compartir:

Y sigo. Sigo siendo irremediablemente feliz. Un año después, un año fuera. Un año lejos. Un año pleno. Salté a abril con la mayor de las incertidumbres. Pero con tantas ganas como veces he sonreído. Y es que, hace mucho tiempo que perdí la cuenta. No he podido parar. Me he convertido en una adicta al riesgo, a tener siempre ganas, a dejarme mojar por la lluvia, a caminar durante horas, a despertarme  sin tener la más remota idea de lo que ese día me iba a deparar... y a comenzarlo sin saber donde lo íbamos a terminar. Mi plato favorito son las carcajadas imposibles de parar.

Esta sensación no se me quita, sueña a libertad, sabe a música y se reinventa con el azar. La suerte es relativa, pues todos los caminos desembocan en una sonrisa.

Nunca imaginé al decidir dar paso a esta a ventura, que iba a superar tanto y tan bien, cada expectativa. Londres es magia, es como si se tratara de otra vida. Y así, sale solo decirlo: Que la vida es chula.

Aquí he aprendido a vivir en su verdadero significado del diccionario. He descubierto cosas en mí que no sabía que existían. He visto como se cumplían propósitos, como no se puede depender de un sentimiento y cómo las personas entran y salen de tu vida con la misma facilidad que se puede romper una fotografía. Sin quererlo, me he dado cuenta de que las personas cambian sus planes contigo, pero no quiere decir que hayan cambiado ellos, sino que jamás llegaste realmente a conocerlos.

Estar tan lejos te enseña a que alguien que acabas de conocer puede ser como una hermana y que gente que te conoce muy bien no tiene prácticamente interés en las cosas que te pasan. Aprendes a diferenciar cuando alguien necesita algo de verdad y cuando se está siendo egoísta. Y a hacerte la tonta, aunque te estés dando cuenta de todo.

Sobre todo, aprendes a vivir. A reconocerte feliz.