viernes, 15 de octubre de 2010

14 de octubre

Hace exactamente cuatro años, a estas horas, mil mariposas en mi estómago se alborotaban sin control a la vez que mis pies, no podían cesar de juguetear bajo las sábanas. Ya estaba acostada, pero conciliar el sueño se había convertido en un verdadero reto. Cerca de un centenar de sonrisas venían todo el tiempo a mis labios, y las chispas que nacían de mis ojos, alumbraban toda la habitación. Él me había besado y quería estar conmigo. Aquella madrugada del catorce al quince de octubre del dos mil seis, nos fundimos en el más caluroso de los besos. Sus brazos abrazaban mi cuerpo con una ternura infinita, su calor cubría hasta el último poro de mi piel y su sabor, estaba quedando grabado en mí para siempre. Creo que fue el día más feliz de mi vida, porque no recuerdo un momento en el que haya sentido algo similar. Probablemente mienta cuando intente sustituir aquello por un recuerdo mejor. Fui tan feliz, que cuatro años después, sigo recordándolo, sigo estremeciéndome recordando cada paso y un escalofrío me recorre el cuerpo cuando al cerrar los ojos vuelvo a estar apoyada en la columna de aquel bar, y ese sabor que jamás olvidé, vuelve a colarse entre mis sentidos.
Fui tan feliz, que incluso ahora, que nada de lo que había entonces, sigue en su sitio, mantengo cada segundo en orden aquí dentro.     

Es un buen momento para decirle a esa persona que siempre será especial para mí. Y que lo necesito a mi lado. Porque aunque las cosas cambian, no desaparecen. Y lo nuestro simplemente se transformó. Ahora tengo conmigo al mejor amigo que he podido encontrar nunca, y  aunque a veces, ochocientas mil tonterías nos intenten distanciar... nada lo logrará jamás. 
Nunca permitiré que lo nuestro se rompa, porque es lo más valioso que tengo.

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