sábado, 19 de febrero de 2011

y ahora, qué.

Más de veinte minutos esperando un autobús dan para mucho. Lo que pasa es que cuando estás acostumbrada a esperar y esperar todo tipo de cosas en la vida, otras esperas como esta se hacen insignificantes. Espero tener claro lo que quiero hacer y hacerlo. Porque tener claras las cosas y no llevarlas a cabo, es lo mismo que no tener ni idea de nada. Espero a que se me borre el cabreo, a que se me pase la sensación de asfixia que me visita de vez en cuando y a que todo pase dejando el menor número de secuelas posibles. También espero al levantarme por la mañana, que el día vaya bien y sea bueno, pero no siempre sucede lo que espero. De hecho, casi nunca. Es realmente asqueroso que todo el día transcurra con voces de fondo ordenándote hacer cosas sin parar, que te recuerden lo que no has hecho e insistan y se recreen en la más absoluta de la pesadez. Que solo te reprochen lo que haces y recriminen más y más cosas. Que den por hecho todo lo que haces y lo que no, lo que te pasa y lo que no. Que no te esperen a cenar ni se molesten en saber cuando llegas. Que sigan insistiendo en que el ordenador se apaga ya y porque sí, sin más motivos que ese porque sí. Y si yo quiero y necesito escribir algo, lo que sea, y que por supuesto no te interesa, de igual. Porque lo único que tienes que hacer es apagarlo y punto final del asunto. Que el interés en lo que quieres o sientes sea inexistente, y el reconocimiento a lo que haces, igual. Y luego, la adicción de siempre, que hay días en los que se hace especialmente pesada.
Hay días que deberían desaparecer del calendario de los días, y personas que deberían no dirigirme la palabra esos días para que yo no tenga unas inmensas ganas de gritarles de todo y después cargarme las paredes.
Finalmente, diré que voy a quedarme muy a gusto diciendo que estoy muy harta de que me controlen hasta el último minuto de conexión a internet, que me tenga que ir a la cama obligada cuando ni tengo sueño, ni ganas. Y que en este momento, daría patadas sin control para quitarme de la cabeza la sensación de que la gente no ve más allá de sus narices y que el interés por comprender otras realidad es menos cien.
Me encantaría escribir y escribir nada más que con música en mis oidos olvidándome que existe algo más que el ordenador, mi música y yo, pero tengo una madre que me obliga a cerrar el ordenador porque sí y punto, sin importarle una mierda nada más que no sea que lo apague. Así que hala, a la mierda con todo y con todos. Ah, y no he escrito con mayúsculas todo esto, que significaría, estoy gritando, porque estropearía la estética de mis entradas. Y ya que el día se han encargado de joderlo, al menos, no voy a contribuir yo en echar leña a la labor de estropear cosas.

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